20 de enero de 2008

Aprender

Cables en el cerebro. Fragmento de un grafitti de Excusados. Bogotá, febrero 2006
Aprender es sentir que todo es sorprendente, todo es nuevo y nos abre puertas a opciones desconocidas hasta el momento. Es descubrir que muchas cosas encajan en un mecanismo más global y que tienen su porqué. Aprender y ser consciente de que se está aprendiendo -¡en cualquier ámbito de la vida!- es una de las mejores sensaciones, una de las emociones más valiosas y regeneradoras que puedan existir.

Sin embargo, aprender sobre uno mismo cuesta mucho más y no siempre lo que uno descubre es agradable y fácilmente aceptable. Pero es imprescindible llegar a ese momento de autoreconocimiento, de los propios puntos fuertes y de aquellos por los que se flaquea, para poder vivir lo más intensamente posible, con la tranquilidad de conciencia que nos permita seguir adelante con la máxima energía.

Por el camino, también se aprende, se descubre el funcionamiento de la maldad humana, de la crueldad inexplicable y sin sentido aparente; la existencia del sufrimiento y del dolor. ¿Por qué tiene que existir? ¿Por qué he de ser yo quien lo conozca? Es una verdad irrevocable que el dolor y el mal existen, lamentablemente es así. Podríamos cerrar los ojos y pensar que vivimos en el país de la ilusión y la felicidad eterna, y eso nunca sería verdad.

Pienso que es mejor saber cuál es la magnitud de la tragedia para poder hacerle frente y tratar de minimizar sus efectos. Conocer cuál es la cara del mal para reconocerla cuando camina a nuestro lado, cerrarle el paso y tratar de transformarla.

Aprender cómo son las cosas para poder cambiarlas. Vivir intensamente cada día para intentar vivir con más intensidad si cabe al día siguiente.

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