Bonita costumbre la que parece aflorar entre la mayoría de los alcaldes de las grandes ciudades españolas. Y no me refiero a la de demoler los históricos emplazamientos de antiguas fábricas para acabar construyendo relucientes edificios nuevos de oficinas o superviviendas al alcance de muy pocos. Y no solamente se conforman con derribar esas legendarias fábricas sino que, dejan en la calle a un montón de quienes vivían allí y ofrecían un montón de actividades de acceso gratuito. No, a esa costumbre no me refiero, aunque también se haya convertido en algo habitual. Por no hablar de los múltiples rascacielos aparecidos como champiñones en primera línea de mar en el litoral de nuestro país. Costumbre también, desastrosa pero costumbre.
A lo que llamo bonita costumbre es al hecho de que a los alcaldes les están saliendo calles peatonales en los cascos urbanos más céntricos allí donde antes pasaban ejércitos de automóviles. Bueno, vale, sus pros ahí están, brillando al sol: menos contaminación acústica y de emisión de gases, la ciudad se hace más cercana, menos impersonal... vaya, propaganda electoral.
Y es que a mí no me gusta que me digan por dónde tengo que pasear y por dónde no, por dónde toca caminar porque ellos te marcan el camino. Ni qué edificios son dignos de ser admirados por batallones de turistas y cuáles merecen el olvido más indignante.
Yo admiro lo que me da la gana, oiga usted. Y si un día se me antoja que el ladrillo mohoso de una casa en ruinas, situada en una calle oscura en el considerado barrio de mala muerte de turno me gusta, pues lo admiro y sanseacabó. Y para más inri voy y le hago una foto. Y para colmo ¡la foto es artística que te cagas! Y el no va más, me la pongo de fondo de escritorio del ordenador de la ofi en señal de protesta contra las políticas especulativas y propagandísticas del ayuntamiento de turno. ¡Faltaría más!
Lo que la mayoría de estos ediles no saben, porque no son verdaderos paseantes ni caminantes -sólo son paseantes de figurar en la foto- es que se hace paseo al pasear, y me permito la libertad de adaptar al eminente Antonio Machado. Él sí sabía de qué hablaba.
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