Dicen que si, de repente, un desconocido te regala flores "eso es impulso". Dicen, dicen... al menos eso decía el eslogan de un anuncio en televisión cuando yo era una niña.
Nunca un desconocido me había regalado flores, así que creía que yo no tenía impulso. Sin embargo, desconocidos elegantes y nocturnos sí me habían regalado, por ejemplo, enigmáticos poemas en notas secretas entregadas sin previo aviso y sin más noticias. O preciosas palabras llenas también de poesía llegada de otras épocas. O una sonrisa, una mirada cómplice o un gesto arrebatado. Alguna canción, besos al aire, aunque también llegó un beso fugaz de un joven alocado y pasional.
También tuve un espontáneo acompañante que, subido en su bicicleta, me escoltó un ratito en mi paseo, en mi regreso nocturno a casa. Recuerdo que, al poco de despedirme de él, me asaltó una enamorada proponiéndome probar las delicias del placer femenino. Muy cortesmente le dije que, ya llegaba a mi casa y que ya iba siendo demasiado tarde para esas pruebas.
Pero no, nunca un desconocido me había regalado flores. Nunca hasta hoy. Hasta hace un momento, cuando alegre, el joven vendedor magrebí me la ha dado. Una rosa roja, para ser más exactos. Y yo le he dado las gracias y un beso en la mejilla.
Así que ya puedo decir que tengo impulso. Menos mal, ya sólo me queda plantar un árbol -tengo muchas plantas pero árbol, árbol, no he plantado todavía ninguno-, escribir un libro -sólo frecuento pequeños textos como éste, pero todo llegará, no sé-, y tener un niño. Sobre esto último, veremos. Hay muchos niños solos que necesitan cariño así que, quizás nunca tenga uno propio y me decida a dar cariño a aquellos que necesitan que alguien les regale una flor.
Nunca un desconocido me había regalado flores, así que creía que yo no tenía impulso. Sin embargo, desconocidos elegantes y nocturnos sí me habían regalado, por ejemplo, enigmáticos poemas en notas secretas entregadas sin previo aviso y sin más noticias. O preciosas palabras llenas también de poesía llegada de otras épocas. O una sonrisa, una mirada cómplice o un gesto arrebatado. Alguna canción, besos al aire, aunque también llegó un beso fugaz de un joven alocado y pasional.
También tuve un espontáneo acompañante que, subido en su bicicleta, me escoltó un ratito en mi paseo, en mi regreso nocturno a casa. Recuerdo que, al poco de despedirme de él, me asaltó una enamorada proponiéndome probar las delicias del placer femenino. Muy cortesmente le dije que, ya llegaba a mi casa y que ya iba siendo demasiado tarde para esas pruebas.
Pero no, nunca un desconocido me había regalado flores. Nunca hasta hoy. Hasta hace un momento, cuando alegre, el joven vendedor magrebí me la ha dado. Una rosa roja, para ser más exactos. Y yo le he dado las gracias y un beso en la mejilla.
Así que ya puedo decir que tengo impulso. Menos mal, ya sólo me queda plantar un árbol -tengo muchas plantas pero árbol, árbol, no he plantado todavía ninguno-, escribir un libro -sólo frecuento pequeños textos como éste, pero todo llegará, no sé-, y tener un niño. Sobre esto último, veremos. Hay muchos niños solos que necesitan cariño así que, quizás nunca tenga uno propio y me decida a dar cariño a aquellos que necesitan que alguien les regale una flor.
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