Que Dios me conserve la vista y el oído por mucho tiempo, porque son -como para todo el mundo, pero lo digo como yo lo siento, como yo lo vivo- mi mayor y más preciada fuente de valiosa información no buscada intencionalmente.
Y es que cuando voy sola caminando, viajo en metro, bus, tren o avión, o estoy en la playa o en un café, casi dejo de existir físicamente y paso a ser sólo ojos y oídos que, flotando, recorren el espacio y cazan al vuelo lo que dice o hace la gente alrededor. Y la conciencia sobre mí desaparece, como cuando me siento en la oscura sala de un cine a ver una película.
Eso es, la vida para mí en muchas situaciones es como una película continua e interminable en la que yo no soy la protagonista, sino la espectadora. Aunque quizás una espectadora activa que, a modo de guionista y directora, elige a sus protagonistas.
Y lo cierto es que hay muchos de esos protagonistas casuales que son de premio Oscar, como por ejemplo el chico que el otro día, en la paya de la Barceloneta le decía a su amiga, mientras intentaban infructuosamente buscar algo de espacio libre en la arena: "A mí es que me gusta tener a la gente cerca, pero lejos". ¿Mola o no mola el testimonio? Simplemente me fascina.
Por no hablar de temas más fuertes, como la noche en que, de vuelta a casa por la calle Nou de la Rambla, una de las "mujeres de vida alegre" les decía ¡con orgullo! a sus compañeras justo cuando yo pasaba por allí: "¡Mi coño vale 10 euros! Así que el que quiera probarlo, ya lo sabe". Me quedé helada. Aún vuelvo a estarlo cuando pienso en ello, porque si ése le parece un buen precio al que cotizar un rato de sexo con ella, creo que en verdad lo que le está suponiendo al final es pagar un alto precio emocional. Y la sociedad, todos, somos culpables de ello.
Por eso le pido a todas las deidades de todas la religiones que, por favor, me conserven la vista y el oído, porque si la miramos y la escuchamos bien, la vida nos depara muchas sorpresas.
Ahora sólo falta vivirla a fondo.
Y es que cuando voy sola caminando, viajo en metro, bus, tren o avión, o estoy en la playa o en un café, casi dejo de existir físicamente y paso a ser sólo ojos y oídos que, flotando, recorren el espacio y cazan al vuelo lo que dice o hace la gente alrededor. Y la conciencia sobre mí desaparece, como cuando me siento en la oscura sala de un cine a ver una película.
Eso es, la vida para mí en muchas situaciones es como una película continua e interminable en la que yo no soy la protagonista, sino la espectadora. Aunque quizás una espectadora activa que, a modo de guionista y directora, elige a sus protagonistas.
Y lo cierto es que hay muchos de esos protagonistas casuales que son de premio Oscar, como por ejemplo el chico que el otro día, en la paya de la Barceloneta le decía a su amiga, mientras intentaban infructuosamente buscar algo de espacio libre en la arena: "A mí es que me gusta tener a la gente cerca, pero lejos". ¿Mola o no mola el testimonio? Simplemente me fascina.
Por no hablar de temas más fuertes, como la noche en que, de vuelta a casa por la calle Nou de la Rambla, una de las "mujeres de vida alegre" les decía ¡con orgullo! a sus compañeras justo cuando yo pasaba por allí: "¡Mi coño vale 10 euros! Así que el que quiera probarlo, ya lo sabe". Me quedé helada. Aún vuelvo a estarlo cuando pienso en ello, porque si ése le parece un buen precio al que cotizar un rato de sexo con ella, creo que en verdad lo que le está suponiendo al final es pagar un alto precio emocional. Y la sociedad, todos, somos culpables de ello.
Por eso le pido a todas las deidades de todas la religiones que, por favor, me conserven la vista y el oído, porque si la miramos y la escuchamos bien, la vida nos depara muchas sorpresas.
Ahora sólo falta vivirla a fondo.
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