31 de julio de 2007

Flor de noche

Una flor muestra otra flor. Esta niña de Quibdó iluminaba con su mirada. Sept. 2006
Dicen que si, de repente, un desconocido te regala flores "eso es impulso". Dicen, dicen... al menos eso decía el eslogan de un anuncio en televisión cuando yo era una niña.

Nunca un desconocido me había regalado flores, así que creía que yo no tenía impulso. Sin embargo, desconocidos elegantes y nocturnos sí me habían regalado, por ejemplo, enigmáticos poemas en notas secretas entregadas sin previo aviso y sin más noticias. O preciosas palabras llenas también de poesía llegada de otras épocas. O una sonrisa, una mirada cómplice o un gesto arrebatado. Alguna canción, besos al aire, aunque también llegó un beso fugaz de un joven alocado y pasional.

También tuve un espontáneo acompañante que, subido en su bicicleta, me escoltó un ratito en mi paseo, en mi regreso nocturno a casa. Recuerdo que, al poco de despedirme de él, me asaltó una enamorada proponiéndome probar las delicias del placer femenino. Muy cortesmente le dije que, ya llegaba a mi casa y que ya iba siendo demasiado tarde para esas pruebas.

Pero no, nunca un desconocido me había regalado flores. Nunca hasta hoy. Hasta hace un momento, cuando alegre, el joven vendedor magrebí me la ha dado. Una rosa roja, para ser más exactos. Y yo le he dado las gracias y un beso en la mejilla.

Así que ya puedo decir que tengo impulso. Menos mal, ya sólo me queda plantar un árbol -tengo muchas plantas pero árbol, árbol, no he plantado todavía ninguno-, escribir un libro -sólo frecuento pequeños textos como éste, pero todo llegará, no sé-, y tener un niño. Sobre esto último, veremos. Hay muchos niños solos que necesitan cariño así que, quizás nunca tenga uno propio y me decida a dar cariño a aquellos que necesitan que alguien les regale una flor.

11 de julio de 2007

Woody ' Barceloneta' Allen

Unos pajaritos de descanso en la Barceloneta. Hice la foto en julio de 2006
Parezco una cascarrabias, la verdad. Pero es que no me ha hecho del todo gracia que Mr. Woody Allen ruede parte de su última película en localizaciones de mi querida y adorada Barceloneta. Como siempre, es obvio que la historia tiene sus beneficios para el barrio, como que se da a conocer una zona que permaneció injustamente degradada y marginada. Mira qué divertido, dentro de poco mis amigos de allende los mares verán en cine en qué bonito lugar vivo.

En fin, al grano, que por qué narices no me gusta que todo un director como Allen se fije en un lugar con tanta magia, algo que por otra parte era irremediable, conociendo sus gustos bohemiosy exquisitos :). Pues simplemente porque ahora este rincón encantador y aún auténtico se verá tomado por una plaga de guiris (todavía más!!!!) buscadores del lugar que aparece en la peli tal de Woody Allen. Y de eso a que aparezcan de la noche a la mañana un McDonald's y un Hard Rock Café... queda nada. ¡¡Socorro!!

Ya sé que el equilibrio es difícil de encontrar -me lo dirán a mí, que sigo buscándolo incansablemente-, pero sólo pido que nos dejen a los habitantes de esta ciudad descansar un poco de tanta visita turística masiva, con sus consecuentes aumentos incesantes del nivel de vida, aunque no de los sueldos. Pelín agotador, si te soy sincera.

Paseante no hay paseo, se hace paseo al pasear

Bonita costumbre la que parece aflorar entre la mayoría de los alcaldes de las grandes ciudades españolas. Y no me refiero a la de demoler los históricos emplazamientos de antiguas fábricas para acabar construyendo relucientes edificios nuevos de oficinas o superviviendas al alcance de muy pocos. Y no solamente se conforman con derribar esas legendarias fábricas sino que, dejan en la calle a un montón de quienes vivían allí y ofrecían un montón de actividades de acceso gratuito. No, a esa costumbre no me refiero, aunque también se haya convertido en algo habitual. Por no hablar de los múltiples rascacielos aparecidos como champiñones en primera línea de mar en el litoral de nuestro país. Costumbre también, desastrosa pero costumbre.

A lo que llamo bonita costumbre es al hecho de que a los alcaldes les están saliendo calles peatonales en los cascos urbanos más céntricos allí donde antes pasaban ejércitos de automóviles. Bueno, vale, sus pros ahí están, brillando al sol: menos contaminación acústica y de emisión de gases, la ciudad se hace más cercana, menos impersonal... vaya, propaganda electoral.
Y es que a mí no me gusta que me digan por dónde tengo que pasear y por dónde no, por dónde toca caminar porque ellos te marcan el camino. Ni qué edificios son dignos de ser admirados por batallones de turistas y cuáles merecen el olvido más indignante.

Yo admiro lo que me da la gana, oiga usted. Y si un día se me antoja que el ladrillo mohoso de una casa en ruinas, situada en una calle oscura en el considerado barrio de mala muerte de turno me gusta, pues lo admiro y sanseacabó. Y para más inri voy y le hago una foto. Y para colmo ¡la foto es artística que te cagas! Y el no va más, me la pongo de fondo de escritorio del ordenador de la ofi en señal de protesta contra las políticas especulativas y propagandísticas del ayuntamiento de turno. ¡Faltaría más!

Lo que la mayoría de estos ediles no saben, porque no son verdaderos paseantes ni caminantes -sólo son paseantes de figurar en la foto- es que se hace paseo al pasear, y me permito la libertad de adaptar al eminente Antonio Machado. Él sí sabía de qué hablaba.

1 de julio de 2007

Cassinda

Cassinda tiene aproximadamente 9 años y es de Luanda, Angola. Y digo aproximadamente porque esa es la edad que dice tener ella misma, a pesar de que no es un dato muy fiable pues su madre no está tan segura. Ya se sabe, la fecha exacta de nacimiento no importa tanto en todas partes.
El caso es que esta niña está desde hace varios meses en Barcelona pues ha sido operada de su pierna derecha y espera recuperarse para poder caminar mejor sobre ella y sobre la prótesis que le han colocado desde un poco más arriba de la rodilla izquierda. Cassinda es una de las miles de víctimas infantiles de las minas anti-personas, pero ella puede contarlo.

Conocí a esta personita, que hoy está repleta de ilusión, a través de María Ginés, que se ocupa de los afectados por minas anti-persona en una parte de Colombia. Y ella nos ha servido a Anita, Miquel, Bea y a mí -que formamos el equipo que prepara el documental sobre la niña- de guía para adentrarnos en el conocimiento del horror de las consecuencias de este tipo de bombas. Conocer a Cassinda y a su familia de acogida ha sido un verdadero regalo: son personas sencillas, sin excesivos recursos económicos pero con amor y cariño a raudales. Ellos le han devuelto a Cassinda la esperanza en su propio futuro.