22 de marzo de 2007

Frío

El olor a sal se enfría y las tumbonas se quedan solas, aparcadas, a un lado, en la arena
Cuando el olor a sal se enfría y las tumbonas se quedan solas, aparcadas, a un lado, en la arena, sabemos que el verano toca a su fin.
Empieza a hacer frío.
Atrás quedan las risas infantiles que esquivan la espuma de las olas del mar. Allá quedan el olor a bronceador y el sabroso aroma a pescadito frito. En la tarde de agosto quedan los ojos entrecerrados por los que se cuela un caliente rayo de sol.
Está refrescando.
Y llega el frío. Y el gris lo invade todo. Se apaga la luz.
Pero cuando el negro profundo se vuelve anaranjado otra vez, se huele la luz. Se huele la fresca calidez que traen las golondrinas y, tras ellas, las mariposas. Y de nuevo regresa el brillo de los días que te arraigan a la vida, días intensos, días suculentos, días exuberantes que rebosan energía.
A pesar del frío que se resiste a ser desterrado, hoy he empezado a oler de nuevo la llegada de esa vida.

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