28 de abril de 2007

Mis vecinas las gaviotas

Cuando giro la esquina, llegando a casa, las gaviotas me dan la bienvenida a la entrada de mi calle con sus risas, que resuenan en el silencio de la noche. Ahora ríe una, la segunda le responde con otra carcajada y la tercera les replica, medio en serio medio en broma, que quien manda es ella.
Yo las veo sobrevolar el cielo del centro de mi calle y, de vez en cuando, pasar a toda velocidad en vuelo rasante a la altura de los balcones y las azoteas más altas.
Sé que las gaviotas no tienen fama de ser precisamente los animales más simpáticos del mundo, pero se puede llegar a confiar en mis tres vecinas, te lo aseguro. Al despertar, con los primeros rayos de sol que iluminan mi balcón, ya puedo sentir que las gaviotas llevan mucha mañana a cuestas. Han recorrido una y mil veces los tejados del barrio, se han paseado por las casas de cerca del parque y ya han ido a desayunar a la playa.
Son las reinas de la orilla del mar en esa hora en la que los niños ni siquiera han plantado sus cubos, palas y rastrillos en la arena. Luego, con el comienzo de la actividad en el mercado, toman posiciones a ambos flancos de la plaza, y se aseguran de que el resto del día no pasarán hambre.
Con el calor de la tarde, mis vecinas las tres gaviotas descansan en lo alto del edificio de enfrente y su conversación más relajada mece mi sueño, al sol.
Cada vez que las oigo pienso que un día les explicaré quién soy, dónde vivo y por qué parezco ser la única que las escucha. Aunque no las entienda.

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