Puede parecer algo superficial o vano, pero esta idea me ha llegado con fuerza, en una especie de flash iluminatorio, de ésos que me suelen asaltar cuando camino en la noche, cuando hay menos ruido y puedo escuchar lo que me quiere contar mi cabeza.
Tampoco es para exagerar, ni sobre los probblemas que tengo ni sobre la influencia que en ellos ha tenido esta característica mía. Pero bueno, el hecho de mirar a la gente a los ojos, como escrutándolos un poco, pues sí que ha desencadenado muchas de las cosas que me pasan, de poca o cierta importancia.
Es por eso que, por ejemplo, cualquier cantidad de gente -como dicen los chilenos- me escoge s-i-e-m-p-r-e para preguntarme direcciones a seguir para llegar a un sitio, no importa la ciudad o pueblo del mundo en el que me encuentre. Como si llevara una i de información a modo de sombrero.
Es por eso, también, que todos los personajes pecualiares que deambulan por la calle se deciden a hablarme como si me conocieran de toda la vida. Ya sean homeless, borrachos, buscadores de putas, guiris -extranjeros de tipo rubio anglosajón- de medio y de alto pelo, latino, chinos, magrebíes... Da igual. Incluso algunos mendigos me han llegado a dar unas monedas al pedirme algo de cash y decirles que yo tampoco andaba del todo sobrada de money.
Por no hablar de mis -ya comentados en otros posts- desconocidos acompañantes espontáneos nocturnos en el camino a casa (aclaro, acompañantes desconocidos sólo de paseo... a los otros -de haberlos- no se me ocurriría comentarlos en público, obviamente).
Total, que no sé si se trata de algo bueno, malo o regular, pero de lo que sí estoy segura es que al mirar a alguien a los ojos se genera una especie de confianza que, a veces, a lo único que lleva es a ser objetivo de mentes rápidas, en especial en el campo laboral. Me explico: esas mentes sagaces, y casi siempre mezquinas, la escogen a sumercé -como dicen los colombianos- como espalda en la que cargar amplias responsabilidades que les corresponden a ellas. Y hasta que aquí la mirona se percata de la jugada, pues es casi tarde.
En definitiva, que cada día me digo eso de que la curiosidad mató al gato. Pero mis ojos son más rápidos que mi voluntad.
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